
El pasado domingo 14 de junio, el Primer Ministro de Israel hizo su propuesta para la creación de un estado palestino en los territorios que su país mantiene ocupados. Según informa la prensa la propuesta es esencialmente la siguiente: Estado palestino sin ejército ni control de su espacio aéreo.
Netanyahu quiere dar la impresión de que no está en contra de la constitución del Estado palestino, mientras que ésta no sea una amenaza contra la seguridad de Israel. Es una propuesta de esas que se hacen para no poder ser aceptadas, porque ser un estado independiente y soberano implica exactamente eso, poder decidir cómo y quien te defiendes y cómo controlas tu territorio, del que forma parte también el espacio aéreo. Un estado con esas facultades soberanas recortadas difícilmente sería homologable a lo que se entiende por un estado, aunque en Kosovo anden encantados con estar bajo un protectorado.
Mirado cínicamente la idea de no tener ejército, si no fuera impuesta desde el exterior, no está tan mal, porque el futuro estado se ahorraría una cantidad ingente de dinero en sus primeros años y se quitaría un agente desestabilizador en los países de Oriente Medio.
Pero la gran trampa de la propuesta de Netanyahu no es política, sino económica. La pérdida (o la no adquisición) del control sobre el espacio aéreo conlleva no sólo la imposibilidad de decidir quien o que sobrevuela tu territorio, sino también donde aterrizan.
Y hablando de aterrizajes llegamos al centro de la cuestión. Israel y Palestina, si estuvieran plenamente pacificados, serían destinos turísticos de primer orden, ya que no en vano es tierra santa para tres religiones, siendo dos de ellas (Cristianismo e Islam) las que reúnen entre ambas a media Humanidad. Son cientos de millones, si no miles, de posibles turistas, especialmente cristianos porque los musulmanes tienen prioridad ritual sobre La Meca, que pueden viajar a conocer el espacio físico donde se sitúan las narraciones han escuchado desde su más tierna infancia.
En Jerusalén no hay aeropuerto, siendo el principal acceso el “Aeropuerto Internacional Ben Gurion” en Tel Aviv o, más lejos, el aeropuerto de Ammán (Jordania). Con control sobre el espacio aéreo, los palestinos podrían un aeropuerto internacional en Ramallah y paralelamente llenar los alrededores de Jerusalén de instalaciones hoteleras, dado que la mayoría de los “santos lugares” se encuentran en zonas palestinas. De esta forma podrían llevarse la mayor parte del inmenso pastel turístico que la paz podría generar, si la corrupción local no lo impide.
El hecho que los palestinos aceptasen perder el control del espacio aéreo no sólo afectaría al ejercicio de una facultad soberana inherente al hecho de ser un estado (control pleno del propio territorio), sino que sería un renunciar a aprovechar lo que es el principal yacimiento económico de su tierra: el turismo.
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