Desde la Crisis Financiera, hace ya más de diez años, se ha presentado el hecho de “convertirse en emprendedor”, traducción contemporánea de “montar un negocio”, en la salvación personal y nacional. Hubo y sigue habiendo programas y anuncios en los que te animan a ser emprendedor, si no lo eres es porque eres mala persona, sin atender a dos variables fundamentales comunes a todo el que quiera “montar un negocio”, perdón, ser un emprendedor.
La primera ha sido convertir el emprendimiento en una acción moral y psicológica: si quiero puedo. Y no relacionar la decisión de “montar un negocio” con las posibilidades reales de que el negocio prospere y genere dinero para quien lo monta. Nunca se habla de dinero, como si montar un negocio fue algo que es posible sin dinero. Y claro, hablar de dinero es hablar de avales, estudios de viabilidad y un sin fin de cosas que le quitan romanticismo al emprendimiento.
La segunda variable es la del fracaso. Nos hemos cansado de ver programa, mini-entrevista y lo que sea donde emprendedores de éxito nos explican cómo empezaron. Muy bien, ¿por qué no sacamos a los muchos que no alcanzaron ese éxito y cerraron la persiana o apagaron para siempre el ordenador? No para desanimar a quien quiera montar un negocio, sino para aclararle a quien lo desea hacer cuáles son los riesgos reales, donde se mete la pata y qué problemas hay que afrontar. Del éxito poco se aprende, si ignoramos el fracaso.