El problema de natalidad que tiene nuestro país se enfoca siempre desde el plano de las políticas públicas en torno a la familia: existen o no y si existiendo son eficaces o no. No voy a tratar aquí sobre políticas públicas en torno a la natalidad, sino de mentalidad, que es algo más profundo y resistente a casi cualquier política pública.
Todos asistimos a la indignación en las redes cuando se permitió que los niños salieran de sus casas tras más de cuarenta días de confinamiento, una medida excepcional en nuestro entorno donde los niños habían podido salir. Las redes explotaron plenas de odio hacia niños y progenitores, se hicieron verdaderos montajes fotográficos que llegaron a las primas planas jugando con las perspectivas para simular aglomeraciones y se pidió la vuelta al confinamiento más estricto de los niños.
Ahora llega la vuelta al cole y el siempre difícil asunto de la conciliación, que se convierte en una locura en las actuales circunstancias. Los padres piden, pedimos, medidas de conciliación y los no padres dicen que ellos no tienen que salir perjudicados de su elección de no tener hijos.
En una especie de ataque liberal duro dicen que cada cual sobrelleve las consecuencias de sus acciones hasta el final. Este razonamiento que, de primeras, parece sólido como todo maximalismo, se viene abajo al aterrizar a la realidad: si uno monta en bicicleta (se entiende que voluntariamente) y tiene un accidente, no debería cobrar baja y además pagar sus gastos médicos, porque fue un acto voluntario; si una persona decide aceptar un trabajo y padece una enfermedad laboral, habría de asumir todas las consecuencias, porque nadie le obligó a aceptar ese trabajo.
¿Es moral no decidir no tener hijos? Por supuesto. ¿Es moral decidir tenerlos? También. ¿Cómo decidir quién tiene prioridad en una medida de conciliación entre dos personas que han actuado moralmente?
La decisión de no tener hijos no conlleva la aparición de otros seres humanos y la de tenerla sí. Luego una decisión tiene no tiene repercusiones y la otra sí. Esas repercusiones son unos seres humanos que son fruto de una decisión, tan libre y legítima como su contraria, que tienen unos derechos como seres humanos que son y sus derechos son superiores a los de otros en caso de conflicto, dado su desvalimiento.
Algo tan obvio como lo antes señalado ahora se discute explícitamente. Antes se hacía implícitamente cuando no se tenían en cuenta la circunstancia de tener hijos o se consideraba un demérito. En muchas ocasiones salir con niños a la calle, a la mera calle, es un ejercicio de paciencia infinito con todos los que se ofenden con el hecho de cruzarse con críos, mostrando una no rara grosería. Y los padres somos los malos y los que nos sabemos criar, mientras aguantas a personas sin la mínima educación.
Cuidamos de seres humanos y no queremos reconocimiento, sino la posibilidad de cuidarlos, sin que cuestiones de menor importancia se prioricen sobre los derechos y la dignidad de los niños. No es raro que haya muchas personas que no quieran tener hijos (si tuviéramos tantas ventajas habría familias inmensas) o que quieran terminar el proceso de crianza lo antes posible, porque en España ser padres se castiga socialmente con un severo ostracismo.
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