Los territorios palestinos están formados, como todos sabemos, por dos zonas separadas una de la otra y bajo control político diferente. La primera, más grande y mejor comunicada es Cisjordania y se encuentra bajo el poder del Presidente de la ANP, Mahmud Abbas, mientras que la otra es Gaza, en mitad de ningún sitio, y bajo el control de Hamás.
Israel ha entrado en el juego de Hamás respondiendo a sus provocaciones que no habían causado bajas. Israel ataca sin tener un objetivo claro y factible al que se le pueda llamar “victoria”. Pero Israel puede que se encuentre respaldado por sus vecinos, los antes tradicionales enemigos, que desean el fin de Hamás aunque no puedan decir públicamente que se alegran de lo que está pasando.
De hecho los mismos dirigentes palestinos de la ANP se encuentran divididos entre el dolor por la masacre israelí y la idea de que en el fondo ellos hicieron algo parecido con Hamás hace unos años (y los de Hamás lo hicieron con los de Al-Fatah en Gaza). En “El País” de ayer Juan Miguel Muñoz describía muy acertadamente los curiosos pronunciamientos de los gobiernos de la zona y cómo se percibía que estos pensaban que, por una vez, Israel les está haciendo el trabajo sucio.
Los dos principales grupos fundamentalistas, Hamás y Hizbullá, están llamando a una nueva Intifada, algo que solamente beneficiaría a las posiciones más duras dentro de Israel. Sin duda lo hacen porque ellos son maximalistas, porque para ellos el mundo o es su panacea coránica o es mejor morir. Una nueva Intifada tendrá como víctimas a miles de jóvenes palestinos: los llaman para ser carne de cañón.