Hace mucho tiempo estuve leyendo un libro de Moral sexual escrito por el teólogo jesuita Eduardo López Azpitarte. Aparte de las consideraciones sobre mis lecturas (que sé que ya las estáis teniendo), me gustó una metáfora que empleó hablando de uno de los temas del libro.
Tomando como título el poema de Milton (Paradise lost) dice que hay situaciones en las que una elección de una opción implica el rechazo absoluto de otra opción. Cuando hay que elegir entre dos solas opciones, y más cuando conlleva matices existenciales, siempre existe el peligro de caer en el “síndrome del paraíso perdido”.
Siempre que elegimos entre dos cosas moralmente buenas y llamativas, pero que se excluyen entre sí, podemos empezar a añorar la posibilidad no elegida, en el momento en el que nuestra opción muestra sus intrínsecos e inevitables inconvenientes.
Es ese perpetuo pensar de cómo hubiera sido nuestra existencia si la elección hubiera sido otra. Esto que es lógico, si se adentra en el terreno del paraíso perdido, provoca la idealización de lo no elegido, de lo desechado en su momento.
Nada: que cada uno vote a los suyos y que sea lo que tenga que ser…
Preciosa ilustración…¿Gustavo Doré?
Nos dejas con la miel en los labios: ¿cuáles son las dos opciones a las que se refiere el libro? ¿No será una de ellas la vida de santa castidad? (Yo esa no la echo nada de menos, ni la idealizo, ni nada de nada)
Fritus, sí, Doré.
Jesús Zamora, las dos opciones pueden ser cualquier, incluso más, eso es lo que me gustó de la explicación. Cuando en lo concreto es lo que usted apunta.
Éste es el gran inconveniente de la libertad de elección, que eres libre de tomar una decisión y, si sale mal, eres el responsable. Las decisiones más cómodas y menos dolorosas suelen ser las que otros toman por nosotros.
Las decisiones que otros toman por uno no son cómodas ni menos dolorosas en mi opinión…simplemente nos hacen invisibles.
Pero si que el decidir nos deja con un:…¿que hubiera sido?