“Los partidos políticos son organizaciones curiosas. A diferencia de la mayoría de otras asociaciones voluntarias, en un partido todo el mundo quiere ser jefe; uno se mete en política para mandar (sin mandar, uno no cambia nada), y el tipo que aspira o controla la presidencia del gobierno manda más que nadie.” (Egócrata)
En “Argumentos de Socialdemocracia” se nos ha propuesto reflexionar sobre los partidos políticos y los problemas y estructuras que se encuentran en su seno. He comenzando citando al bueno y listo de Egócrata porque estoy de acuerdo con él y voy a tomar su afirmación como punto de partida.
Se entra en un partido para mandar, para ser el jefe. Todo lo demás o no tiene sentido o es mentira. Considero que es procedente e interesante que intentemos ver qué modelos de militancia hay y que relación tienen estos modelos de militancia con el acceso al poder, esa finalidad por que uno entra en política.
Dando trazos gruesos podemos decir que hay dos modelos de partidos políticos en lo referente a la relación con la militancia: aquellos para quienes los militantes serán quienes ejerzan el poder en el caso de alcanzarlo y aquellos en los que los militantes están para apoyar el proyecto aunque no para ejercer el poder, pues se harán fichajes externos de especialistas y profesionales si se llega al poder. Cualquiera de estos modelos son puros e ideales.
El primer modelo es el clásico de los partidos de masa. Una persona de une al partido con el que se encuentra ideológicamente más cercano. Participa en las actividades del partido, se inserta en la microsociedad que es el partido en su localidad y poco a poco va haciendo méritos políticos hasta que entra en la lista de su partido en las siguientes elecciones municipales. Luego una cosa lleva a otra hasta acceder al párnaso del poder dentro del partido y en el gobierno más alto posible.
En este modelo de partidos se valora ante todo la antigüedad, la fidelidad al partido (encarnado en los “líderes” locales), todo tipo de trabajo que se haya hecho en beneficio del partido, llevarse bien con la gente y no haber perdido ninguna guerra interna. Se precisa, para ascender en este modelo de partido, una voluntad firme, paciencia, no mucho orgullo personal y estar siempre disponible, para poder estar el día adecuado en el momento preciso porque la suerte también tiene su margen de actuación en la política. En este modelo, que he caricaturizado un poco, el verdadero capital de promoción política es ser “persona de partido” y se configura como un “cursus honorum”.
El segundo modelo está inspirado en los dos grandes partidos norteamericanos. Si existe militancia, ésta debe saber que el partido no es el medio adecuado de promoción política. Está dirigido por una pequeña élite de personas que van seleccionando los candidatos por sus méritos fuera del partido. Se buscan personas de éxito en el ámbito profesional y empresarial para incorporarlas como candidatos del partido o en puestos directivos una vez ganado el poder.
La promoción en este modelo se hace fuera del partido y defendiendo los propios intereses personas. Hay que saber promocionarse cerca de los ámbitos y círculos de la élite dirigente del partido. El capital es relacional y también económico y no podemos hablar de “cursus” sino de fichajes.
No me atrevería a inclinarme por ninguno de los dos modelos, pero sí creo que los partidos deberían tener claros qué modelo de militancia o de partido desean tener. En esta cuestión las mixturas no son lo más deseable, porque pueden frustrar las legítimas expectativas y el trabajo a la hora de incorporarse a la labor política de un partido, así como constituir una forma de engañar al personal.
Veamos dos posibilidades de esta terrible mixtura.
La primera mixtura posible es que el sistema real sea el del partido de masas pero se diga que se desea fichar a profesionales externos para que aporten sus conocimientos y experiencia al partido. Ellos entran y aportan conocimientos que en el mercado valen mucho dinero. A la hora de la verdad, la de decidir los candidatos de salida y los que ocuparán los cargos de decisión, siempre se tiene en cuenta el tiempo de antigüedad y los carteles pegados, y se dice que “X está muy preparados pero tiene muy poco tiempo de militancia”.
La segunda mixtura posible consiste en la preponderancia del sistema de “fichajes externos”, aunque se anima a la militancia de base propia de los partidos de masa. Esos militantes de base sacrifican tiempo y esfuerzo en los trabajos más onerosos para conseguir hacerse un “curriculum” interno, incluso pueden que dejen de prosperar profesionalmente para invertir en su deseada carrera políticamente. Nuevamente, a la hora de la verdad (la de los candidatos y los cargos) se eligen a una serie de personas, que ni son del partido o que, aún siéndolo, no le han quitado un solo minuto a su vida profesional para dárselo al partido: “Dos comentan que otros sólo sirven para meter papeletas en sobres” (mientras ellos no lo hacen, se inscriben en cursos de postgrado y los otros sí lo hacen).
En las dos mixturas que termino de indicar hay un cierto fraude al que entra en el sistema no dominante. Independientemente del sistema que se adopte los partidos deberían ser claros con los que quieren participar en la vida política, diciéndoles qué se valora en ese partido para ser designado candidato o para ser nombrado para algo. Todo lo demás es fraude político y aprovechamiento del trabajo e ilusión de cualquiera de los dos sectores involucrados.